sábado, 23 de abril de 2011

Maratón on Elm Street

La lucidez ya era historia vieja. La primera botella fue casi de compromiso, pero antes de darnos cuenta ya habíamos entrado en la zona donde el paladar no registra, el estomago no tiene voz ni voto y las palabras brotan en desorden, sin respetar las del otro y los temas componen una sinfonía anárquica, sin jerarquías ni secuencia funcional logrando un sostenido caos oral. En un momento de necesidad innecesaria busqué otra botella de lo que quedara y la descorché automáticamente, deje el corcho en la mesa y vi como Manu lo tomaba, lo olía y lo dejaba sobre una de las fotos que nos había estado mostrando unos minutos antes, una de una playa gris. Lo colocó con mucho cuidado, concienzudamente, junto a otros dos corchos que habían corrido la misma suerte a lo largo de la noche:

– ¿Qué hacés?
– Son las tres carabelas llegando a América.
– Claro…
– Los desvíos en la ruta siempre traen complicaciones.
– Voy al baño.
– ¿Por?
– Querían ir a las Indias, por especias, y acá estamos, quinientos años después buscando el camino.
– Es arriba, ¿no?
– Sí.
– Espero encontrar al menos el camino a casa.

Un tiempo después, difícil de determinar en minutos, el sushi del mediodía, el choripán de hacía media hora, los litros de vino, el helado, o el destino cómplice con mi estomago (que dijo basta), hicieron que me levante con mucho esfuerzo, con algo de dignidad, pero con gran velocidad, y vaya al baño. Apenas entré, el olor a vómito de alguno más débil terminó de dar el veredicto, me agarré firme de la tapa del inodoro, apoyé las rodillas en el piso, y un tsunami espeso, variado y con restos más sólidos de lo esperado (y deseado) salieron desde lo más profundo de mi ser, tuve un instante para tomar una bocanada de aire cual naufrago que no sabe nadar y vino una segunda ola, menos espesa, menos original, más corta, pero del mismo lugar profundo, hubo otras réplicas en la que mis entrañas pedían que dé más ofrenda al Dios inodoro, obedecí (mejor dicho, mi cuerpo y sus espasmos obedecieron sin consultarme). Di todo. Me mojé la cara, hice un buche con pasta de dientes, exhalé profundo, inhalé suave y retorné a la mesa. Todos hablaban frenéticamente, el olor delató que la reunión estaba lejos de terminar, el fuerte olor dulce y vegetal, y el más sutil químico y metálico. Lo que había dejado en el baño se quedó con parte de mi locura, estaba fresco para volver a empezar. Pasaron horas, excesos y empezó a entrar luz por la ventana.

Llegué a casa golpeado, los pulmones reclamaban lo que el estomago ya había logrado siglos antes y una tos se adueño de todo mi cuerpo. Al levantar la persiana las persianas de casa, junto con la claridad rojiza subieron sordos ruidos. Mis oídos latían pasados de estímulos y recostado en la cama, vestido, me costó ignorar zumbidos y vacíos. Cuando mi cuerpo se relajó un poco y sentí que ganaba el sueño: sonó el timbre. Sonó tres veces. No fue una, luego otra y un tercer intento insistente del inesperado e indeseado intruso. Fueron tres timbres seguidos, seguros y sentidos en mi alma. Tres timbres automáticos. Ni despierto ni dormido me levanté más por reflejo que por obligación o interés. Bajando la escalera le pegué de lleno un derechazo al florero sin flores pero con agua que decoraba (idea de una ex-novia) el estrecho paso. Decir que se rompió en mil pedazos sería obvio, pero ante todo poco. La variedad que presenta el vidrio en su estado destruido es llamativa y muy imaginativa. Volvieron a sonar los tres timbres. Tomé el portero eléctrico como si tuviera la culpa de algo y grite:

– ¿Quién es?

No hubo respuesta, me di cuenta que no había apretado el botón interlocutor, repetí la pregunta botón apretado de por medio:

– ¿Quién es?

Del otro lado escuché un ladrido. ¿Un perro era el autor del triple timbre? “Me pasé con las sustancias”, pensé.

– Soy yo, Paula.

Respiré aliviado. Mi novia confirmaba mi cordura.

Paula entró a la casa a toda máquina. Se notaba que había dormido sus ocho horas reglamentarias y se evidenciaba que no tenía el más mínimo registro de que yo ni una. Los primeros quince minutos me habló del doberman marrón del vecino, y de sus miedos (otra vez) a los dobermans y los dogos; los segundos quince minutos me taladró con el florero roto y el desastre de vidrios que este había ocasionado; cinco minutos (extras a los quince del bloque: florero) habló de su alegría por no tener que ver más ese florero, el origen lo condenaba al pobre. Ella sacó las flores un tiempo atrás dejándolo inerte e inútil en el medio del paso. Mí paso. Me enteré que teníamos que almorzar en la casa de su familia. El plan estaba armado desde el miércoles y mi inconsciente, tan consciente de mis no ganas me puso una trampa anoche. Me di una ducha que duró una eternidad. Pero fue poco. Tomé dos aspirinas. Cuando pasé la mano por el espejo para desempañarlo me quedé paralizado, la imagen que se reflejaba no era la mía, no era yo; abrí grande la boca y la cara del espejo me imitó; achiné los ojos mientras acercaba la cara, y pasó idéntica situación del otro lado. Eran mis gestos, mis muecas, pero no era yo. Temblando, sin explicaciones, me vestí en silencio en el cuarto.

– ¿Qué carita? Linda joda anoche ¿no?

Sabía que temprano o tarde vendría el reclamo. Mi cabeza estaba en otro lado.

– Hay olor a encierro y a alcohol…

Abrió la ventana. En algún momento la ciudad se había activado, el ruido que entró distorsionó las palabras del sermón poco original e inútil. La ventana abierta se convirtió en mi protección. Mi escudo. Me agaché para atar los cordones de las zapatillas y di un grito ahogado cuando noté que las manos que ataban los cordones no eran mis manos, la miré a Paula y ella seguía acomodando mi ropa y ordenando todo en su lugar, oliendo las axilas de mis remeras, empezó a hacer la cama y no paraba de hablar no sé de qué; volví a mirar esas manos, estiré los dedos y estiraron los dedos, moví el pulgar derecho y se movió de idéntica manera como mi cerebro había indicado; dije al aire:

– Ya vengo.

Encaré para bajar al living y me encontré con una escalera que no era la mía, el florero de vidrio que había estallado unos minutos atrás había sido reemplazado por otro de cerámica, artesanal, pintado de rojo; la puerta de salida se ubicaba en la pared donde antes estaba la ventana con persiana, y esa ventana con persiana ahora se encontraba en el lugar que solía tener el pasillo que dirigía a la cocina; intenté calmarme; no lo logré; una mano se apoyó en mi hombro y pegué un grito, mi maestra de la escuela primaria, Graciela, pero con la cara de Paula, me hablaba de algo que no lograba entender y me puso esa expresión tan usual cuando en cuarto grado yo no lograba entender la diferencia entre hiato y diptongo; le saqué la mano de mi hombro violentamente y bajé la escalera. Desconcertado busqué la puerta de salida que en el ínterin desapareció; con ganas de llorar me acerqué lento a la cómoda que era bastante parecida a mi cómoda, pero que no era, tomé la foto con marco ostentoso y la analicé: parecía una familia o un grupo de amigos chinos, demasiado heterogéneos para el ojo occidental, una primera fila de chinos jóvenes, sentados en el piso, vestidos de oso panda; detrás, varios adultos con trajes rojos y un característico cuello Mao, dos eran rubios, un rubio imposible; apoyé la foto en el escritorio que ahora ocupaba el lugar donde antes estaba la cómoda y empecé a llorar; de fondo, muy bajito empezó a sonar “Fly me to the moon”, versión Frank Sinatra; vi en cámara lenta caer una lágrima y perderse en la oscuridad antes de tocar el piso; me quedé en cuclillas en ese living sin saber que hacer; era más el tiempo que lloraba que el que reía, pero no me sentía mal, sí un poco desconcertado, a lo que no ayudó ver a Paula preocupada, compasiva dirigirse hacia mí, con paso rengo (¿tropezó en la escalera?), me miró dulce, y con la voz de Marie, la amiga de mi mamá, esa voz tan particular, tan frágil, tan aguda me dijo:

– La lánguida mirada de una mujer albina…
– ¿Qué mujer?
– …que gasta su vida asomada por una ventana que da al patio delantero…
– ¿Qué ventana? ¿Qué patio? –. Yo sabía, se refería a su madre, es decir a ella misma dentro de unos años, cuando sea canosa y este cansada.
– ¿Te estás volviendo broco?
– ¿Loco? – pregunté.
– ¿Sos víctima de la brocura? – insistió.
– ¿Qué carajo decís? ¿Estás loca?

Me habló largo rato: habló del mal de llagas, del cansancio sistémico, de un edificio, un precipicio y de Patricio, mi amigo herido. Le pregunté por el almuerzo y no contestó. Me contó del diente de leche que no quería caerse y del tiempo perdido dos semanas atrás. Le pedí un vaso de agua y me lo trajo. Le conté el plan que tenía para nuestras vacaciones y le gustó. Me acompañó a la cama. Nos abrazamos. Dormí profundo. Dormí una eternidad.

jueves, 30 de septiembre de 2010

La metamorfosis de Panigutti

¿Panigutti era una marca de fideos? No. ¿Panigutti era un histórico empleado del Hospital Italiano? No. ¿Panigutti era el apodo de una señora bastante gorda que deglutía gozosa mucho pan? No. ¿Quién era Panigutti?

Panigutti era un hombre que cumplió el sueño de muchos hombres de cierta edad. Esa edad donde los jóvenes ya no son jóvenes y los adultos llegan tarde a la cita de la madurez. Ese punto donde sentirse joven suena a engaño, pero se respetan todavía las formas, la estética. Una vez un sabio dijo: Uno es joven mientras este en edad de ser jugador de fútbol. Por esto, los Palermo, los Verón, los Zanetti, los Almeyda son queridos por un grupo de seres humanos, es el grupo que se mencionaba antes. Es la gente que todavía, según la sabia regla, son jóvenes.

Pero, ¿quién era Panigutti entonces? Panigutti era un héroe, era Ulises y era el Cid Campeador. Era Superman, Batman y el hombre araña. Era el sueño cumplido.

Seguir haciendo deporte, tener expectativas, planes de aventuras, travesías, mantener el cordón umbilical de la adolescencia como sea, pero sin ser patético, sin verse en crisis, es el dilema de esas personas.

Panigutti era la transformación, la metamorfosis colectiva de miles de treinteañeros que se convirtieron en un solo jugador de fútbol. En uno, que a los 34 años de edad debutó en primera división, contra Boca Juniors, y fue aplaudido por la 12. En un momento único, desequilibrante en la vida de esos miles de ex-jóvenes, para ser más exactos, en el minuto treinta y tres del segundo tiempo entró a la cancha Emerson Panigutti en el equipo local, el modesto conjunto del sur de la provincia de Buenos Aires. Instantes más tarde, un defensor de Olimpo de Bahía Blanca cayó al piso, y el árbitro detuvo el juego para que lo atiendan. Pasado el inconveniente físico del jugador, hubo que reanudar el juego y se realizó el oficialmente justo pique. Para llevar a cabo esta acción se acercó Panigutti junto a un consagrado jugador de Boca Juniors, le hizo una seña con la mano como diciendo “dejá, dejá” y una vez que picó la pelota le pegó para el lado del arquero Xeneixe, para que este reanudaran cómodo el juego. El aplauso fue tibio, lejos de una ovación, pero memorable, histórico para un jugador que debutaba a los 34 años en representación de toda una generación. En el anecdotario va a quedar registrado que Panigutti pateó al arco, lejos, muy desviado, pero miles de treinteañeros lo festejaron y lo vivieron como el último gol de Messi a los españoles en cancha de River. “Panigutti, le pegó al arco”, dijeron; “le pegué al arco”, pensaron y sonrieron orgullosos. Hay metamorfosis muy conocidas, la de Kafka, la del peronismo, la del abdomen de todas las madres con el paso del tiempo, pero nunca se había visto que miles de personas produzcan una metamorfosis colectiva transformándose en un jugador de fútbol, sencillo, humilde, con ganas de protagonismo, y darse el gusto a los 34 años de jugar doce minutos (más el descuento) en primera división.


Síntesis del partido Boca Juniors - Olimpo de Bahía Blanca (12/09/10)

Olimpo: Laureano Tombolini; Eduardo Casais, Marcelo Mosset, Nicolás Bianchi Arce y Sebastián Longo; Diego Galván, Roberto Brum, Juan Manuel Cobo y David Vega ; Alejandro Delorte y Néstor Bareiro. DT: Omar De Felippe.

Boca Juniors: Cristian Lucchetti; Lucas Marín, Matías Caruzzo y Juan Manuel Insaurralde; Orlando Gaona Lugo, Cristian Erbes, Sebastián Battaglia y Damián Escudero; Cristian Chávez; Lucas Viatri y Martín Palermo. DT: Claudio Borghi.

Goles:en el primer tiempo; 14m. Viatri (BJ) y 17m. Cobo (O). En el segundo tiempo; 16m. Palermo (BJ) y 23m. Insaurralde (BJ).

Cambios en el segundo tiempo: 14m. Jesús Méndez por Gaona Lugo (BJ) y Marcelo Cañete por Chávez (BJ); 20m. Martín Rolle por Longo (O); 26m. Facundo Castillón por Cobo (O); 33m.Emerson Panigutti por Bareiro (O); y 36m. Fabián Monzón por Palermo (BJ).

Amonestados: Cobo, Mosset y Brum (O). Battaglia e Insaurralde
(BJ).

Arbitro:Héctor Baldassi. Cancha : Olimpo.

lunes, 5 de julio de 2010

Mann des Friedens

El Honorable Profesor Jurgën Thiemicke entró el lunes 5 de julio de 2010 al auditorio que se encontraba colmado de silenciosa expectativa. Su curriculum vitae intimidaba a los más notables intelectuales del momento. Teniendo en cuenta los últimos méritos se podían destacar: doctorado en metafísica ortodoxa en la Ludwig-Maximilians-Universität, de Munich; presidente honoris causa de la Universität zu Köln, de Colonia; creador del Institut für Sozialforschung; autor del multipremiado ensayo “Globalisierung, Selbstachtung in Ländern unterentwickelt” sobre los efectos sutiles de la globalización en la autoestima de los gobernadores de los países emergentes; y consultor permanente del G8 en temas de desarrollo sustentable; entre otros.

Parado frente al auditorio lucía imponente, respetable, superior. Sus gemelos eran regalo de la mismísima Ángela Merkel el día en que juntos inauguraron la sala de arte moderno en el Künstareal de Munich, encuentro aquel, considerado demasiado próximo para los parámetros convencionales teutones. Su traje no permitía ninguna arruga, y si la hubiese, ninguno de los presentes la notaría, ya que su pelo y barba blancos exhibían una prolijidad y un magnetismo que superaba cualquier estética planeada.

El auditorio de la destacada Eselstrasse no permitía errores. Cada uno de los asistentes al distinguido evento tenía un por qué. Sean notables pensadores, periodistas distinguidos, estudiantes de elite, nobles patrocinantes, u otros privilegiados, poseían un claro entendimiento que resultaba en un alegre orgullo de ser parte de tan prometedora jornada, y aguardaban ansiosos las palabras de apertura y posterior ponencia de, sin dudas, la mayor atracción del evento: El Dr. Jurgën Thiemicke.

Tranquilo, y dedicando una pequeña sonrisa a un colega que identificó en la primera fila del recinto, su eminencia se sentó en el escritorio del escenario y acomodó el micrófono. Ajusto su corbata de seda, proveniente de Jiangxi. Colocó unos papeles prolijamente sobre la tarima de madera. Del estuche de cuero, con sus iniciales grabadas, tomó sus anteojos, correctos, precisos, y se los colocó. Se inclinó hacia adelante. Miró al auditorio de la Eselstrasse.Y en una voz clara y profunda, con pronunciación característica de la clase alta bavara, dijo claramente: “Argentina, la tenés adentro“.


Nota del traductor: Mann des Friedens significa en alemás Hombre de paz, lo que (según la particular visión del autor) es lo mismo que Pasman.

jueves, 20 de mayo de 2010

El Espejo

Capítulo 0

Me miro en el espejo y soy yo. Miro a los costados y no hay nadie más. “¿Te diste cuenta que de perfil somos unos perfectos desconocidos?”, había dicho Pablo mientras se paraba para ir al baño, y me dejó pensando. Ahora el que estaba en el baño era yo, la cerveza funcionó como diurético implacable, y como distorsionador de mi conciencia, pero la afirmación me despertó de mi ceguera parcial. Mi perfil era totalmente desconocido. Trato torpemente de mirar mis lados pero pierdo la visión. Las cejas, la cara de enojado, de galán, la risa me son familiares, es obvio, pero esas mismas expresiones de perfil son un enigma total. Alguna foto me viene a la cabeza, alguna imagen de esos espejos que tienen tres paños y te dejan ver torpemente los lados también, pero no me alcanza.

Capítulo 1

El circo está casi vacío. No me genera nostalgia, ni decadencia, y mucho menos alegría o fantasía. Encontré en internet el Circo de los Hermanos Rodas. En realidad buscaba cualquier circo, o museo moderno, o lo que sea que tuviera una sala de espejos. De hecho, no tenía recuerdos de haber estado alguna vez en uno, pero la idea me vino a la cabeza el viernes pasado en el baño de Acabar. Para mi sorpresa, la sala de los espejos no era sólo una vieja fantasía de los dibujitos animados donde se daba la batalla final entre los personajes antagónicos sino que era una realidad a veinte minutos de mi casa, en el viejo y reconocido Circo.

Capítulo 8

Es la séptima vez que vengo a la sala de los espejos y la primera en que siento conocido y propio lo que veo. Las entradas capilares y los hombros tirados levemente hacia adelante ya no me incomodan. Lo que veo sigue sin convencerme, pero ya no molesta. No dejo de preguntarme cómo fueron diez años atrás los movimientos que experimento y analizo de perfil. Nunca tomé conciencia de mi nariz. Bailo en soledad frente a los espejos e ignoro al guardia de la sala que me ve como a un loco. Ayer me observaba con uno de sus compañeros y se reían. No entiende que estoy descubriendo lo que todos ya sabían de mí menos yo.

Capítulo 11

No es enojo exactamente lo que siento. Hace doce días que Pablo me metió esta idea en la cabeza de casualidad y ahora no se cómo va a terminar. Las heridas de los nudillos ya cicatrizaron y el crujido al pisar los vidrios cada vez que entro al baño de mi casa no me avergüenzan. “El Circo es itinerante, flaco, así que tomátelas y no jodas más”, me dijo el cajero del Rodas ante mi queja desproporcionada por la partida de ellos hacia algún pueblo del interior. Mis visitas ya los incomodaban. Es que ellos no saben de su ignorancia. Yo sí. De la de ellos, y lamentablemente de la mía. La pregunta “quién soy” me parecía estúpida y frívola, pero “Quién soy de perfil” es otra cosa.

Capítulo 88

Los que vienen a casa me miran mal. No entienden. Yo estoy mejor, mucho mejor. Es verdad que casi no salgo de la pieza, pero mi propia sala de espejos es un éxito. Apago el despertador a la mañana, traigo la comida a la cama, me sueno la nariz, me visto, hago todo y los mil ángulos me dan la verdadera visión de las cosas. Me encanta, me llena de satisfacción. Pronto voy a estar listo para volver a la calle, a “la vida común y corriente”, a la vida de frente, a la vida de los demás, la de los ignorantes, pero con la verdad develada. No sé cuánto tiempo me falta. No tengo apuro.

domingo, 14 de febrero de 2010

Uno es uno

Llegué a la oficina pensando en quién ganaría si hubiera una pelea entre San Valentín y San Antonio. El pronóstico no estaba claro y las apuestas serían parejas. San Antonio utilizaría como argumento de ataque la entrega solidaria de novios (especialmente los domingos), a lo que San Valentín contraatacaría con la consolidación del amor a base de globos en forma de corazón, ositos de peluche y mucha variedad de merchandising llenos de I love you.

Dentro de tan enfrascado dilema, tardé en notar que sobre mi escritorio se encontraba una nota. Al tomarla, leí el mensaje escrito en letra muy clara: "Uno es uno, dos unos hacen once". Al instante me di cuenta que tenía una gran certeza sobre la nota: No sabía ni por aproximación quién ni por qué me había dejado la misma sobre mi lugar de trabajo. Miré a mi alrededor tranquilamente y todos estaban concentrados en sus actividades. De hecho, era sospechosa la concentración de cada uno en sus tareas. Ni un "Hola" o el clásico "Llegando tarde otra vez", ni el más mínimo "cabezazo" de saludo descomprometido de alguno de mis compañeros.

Me senté como cualquier otro día de trabajo y mientras encendía mi computadora pensaba en la nota, en su significado, y principalmente en su autor.

Primero miré a Paula, la secretaria del jefe. Ella siempre mostraba un especial interés en mi persona, y un exagerado sentido del humor frente a mis chistes. Yo siempre me manejé con precaución para no encender un fuego innecesario y peligroso. ¿Había escrito ella la nota? ¿Qué me quería decir? Repetí mentalmente: "Uno es uno, dos unos hacen once". Un escalofrío me recorrió el cuerpo. ¿Se referiría a que hoy estoy solo, sin pareja y que juntos podríamos formar una familia? Pero... ¡¿Once hijos?! La miré y repentinamente sentí estar frente a una psicópata del Opus Dei dispuesta a poblar la tierra con descendientes míos. Descarté rápidamente esta teoría y más tranquilo seguí pensando.

Mi siguiente sospecha recayó en Manuel. El tesorero. Siempre está insistiendo en que armemos un equipo con todos los de la oficina para inscribirnos en un campeonato de fútbol que organizan en el club que él frecuenta. Mi desinterés sobre la propuesta se generó automáticamente cuando me dijo, a la pasada, que los partidos se jugaban los domingos a las nueve de la mañana. "No cuentes conmigo" fue mi lapidaria respuesta. "Uno es uno, dos unos hacen once". ¿Me estaría diciendo que no sea egoísta y que entre los dos formemos un equipo de once jugadores? Sus mañas psicológicas eran habituales, pero su pensamiento muy lineal y poco lúcido. Si él quisiese dejarme una nota para armar un equipo la misma diría: "No seas amargo, armemos el equipo y dejate de joder". Seguí pensando.

El tercer sospechoso de la nota anónima era Esteban. A él le encantan los enigmas, los acertijos, lo desconocido y misterioso. La semana pasada me volvió loco con que teníamos que hacer la excursión de las casas embrujadas de San Telmo. Me contó que se juntan un grupo de espiritistas una vez al mes y van recorriendo conventillos abandonados donde se supone que viven fantasmas o al menos hay actividad paranormal. Le dije "Pará porque vos estás dejando de ser normal y me asustas". Todo empezó porque una vez le dije que me gustaba la serie "Los expedientes X". Para qué. No se cansa de venir con historias raras y complots de lo más sofisticados y paranoicos. ¿Será esta frase una pista que me está dejando para descubrir dónde esta hundida la Atlántida? Es probable.

Margarita pasó a mi lado. Me miró y no saludo. ¿Sería ella? ¿Sería algún tipo de pasada de factura de mi enemiga oculta? Margarita siempre está enojada con todos, pero especialmente conmigo. Trabaja en Recursos Humanos, pero odia el trabajo y lo único que quiere es "Hacer consultorio". Es que ella es psicóloga o psicoloca como le digo yo y se enoja. "Uno es uno, dos unos hacen once", ¿Será una especie de declaración de principios? ¿Que ella es ella y que si la multiplicamos por ella misma es mucho más? Sin dudas Margarita está necesitando reconocimiento (y un marido), pero esto es retorcido. Aunque pensándolo bien, retorcido es un buen adjetivo para describir a Margarita.

No dejaba de pensar en Margarita y sus vueltas cuando mi jefe se acercó por atrás y me dijo:
— Que llegues tarde vaya y pase, pero que siendo las once y media no hayas iniciado el Excel para hacerte el que trabajas ya es un descaro inusual hasta en vos.
— Hola Jefe. No le voy a mentir. Estoy metido en la resolución de una nota misteriosa que me dejaron en el escritorio. Mire.

Mi jefe leyó la nota que yo sostenía frente a sus ojos y luego me miró con una pequeña sonrisa entre dientes que no pude descifrar. Habló con voz tranquila:
— Ayer a la tarde tuvimos la reunión de equipo. La que tenemos los primeros martes de cada mes y de la que no hay forma que te acuerdes y participes — me incomodó su justo reproche —. Ayer en particular, tratamos el tema del trabajo en equipo, la solidaridad, el compañerismo y de cómo la unión hace la fuerza. En definitiva, que la suma es mucho más que cada una de las partes. Por eso esta mañana les dejé a todos, no sé por qué a vos también, este viejo y simple proverbio hindú. La verdad que desconozco qué habrás pensado este rato, para no entender algo tan simple. Te pido, si no es molestia, que empieces a trabajar ya mismo así no me seguís obligando a tener que buscarte reemplazo.

Me sacó el papel de la mano de un tirón y mi mano quedó suspendida en el vacío como si estuviera por hacer una pregunta. "Uno es uno", esa parte sí la entiendo, pero el resto, es mariconeada motivadora de multinacional. Prendí el messenger, active mi usuario personal, y seguí mi rutina habitual de no trabajo.

jueves, 29 de octubre de 2009

Parece hecho a propósito

Suelo decir en broma que Santa Cruz (en plena Patagonia) es el lugar donde se fabrica el viento, y que desde ahí se exporta a todo el mundo. Tuve la suerte de estar en varias ocasiones por esos pagos sureños y es impresionante lo que sopla la naturaleza, hay días que no podes estar parado por lo que tira el viento. Es sin dudas el lugar ideal para generar energía eólica. Energía no contaminante. Pero no. Nuestros gobernantes, siempre tan "lúcidos" deciden que es el lugar para construir una Usina de quema de carbón para generar electricidad. Eligen la forma más contaminante y que peor afecta el calentamiento global. Esto a muy poca distancia de los castigados glaciares. Sinceramente, parece que su imbecilidad hace que hagan las cosas a próposito de la peor manera...Indignante.