viernes, 31 de julio de 2009

Pequeño gran cambio permanente

Se cree comúnmente que despedir a alguien es comunicarle que deja de trabajar en ese lugar. Siempre se analiza desde el punto de vista laboral o económico. Pero creo que es mucho más que eso.

Esto se escribe desde el echante y no desde el echado. Porque la circunstancia, el karma, el destino o sólo la suerte lo puso de ese lado. Y esto se escribe porque en este momento de crisis brutalmente globalizada, toca pasar por esa experiencia que se podría describir, de la manera más académica y respetable posible, como “de mierda”.

Al pensar en despedir a una persona lo primero que viene a la cabeza es en lo feo de dejar a alguien sin trabajo, espera (por menos simpático que le resultara el personaje) que consiga trabajo pronto, y desea que no pase por penurias económicas el futuro ex-trabajador. Sin embargo, no solemos pensar un aspecto tan o más importante que implica despedir a alguien, y es el cambió violento de rutina que le vamos a aplicar a esa persona. Pequeños grandes cambios permanentes.

Nosotros, un humano 70% agua y tan imperfecto como el otro, vamos a tener el poder de determinar que una persona deje de almorzar con las mismas personas que lo venía haciendo cada mediodía durante los últimos dos años. Vamos a tener el coraje de hacer que deje de poner el despertador una hora y media antes del horario de entrada, cosa que hacía religiosamente para poder tener tiempo para ducharse, desayunar algo, y encarar ese día con la mejor intención posible. Vamos a tener la omnipotencia de establecer que ese personaje simpático que cada día, abstraído por su I-pod, tomaba el bondi a las 8 de la mañana en la esquina de Córdoba y Uruguay meneando la cabeza, no pertenezca más al crisol que componía el grupo de la parada del 140. Vamos a tener la soberbia de dictaminar que no vaya más a su clase de bajo a dos cuadras del trabajo, porque yo no le quedará tan a mano ir ahí y porque probablemente no tenga la plata para pagarlo. Vamos a tener la caradurez de pedirle que nos deje el celular, un back up de sus cosas, y que ponga al tanto a su compañero (más afortunado sin dudas) de sus temas así “no hacemos lío con los clientes”, y él lo hará y mandará un mail de despedida, dará sus datos personales para que lo contacten y pasará automáticamente a ser un cadáver en ese mundo que supo habitar por más de 24 meses.

Acá no quiero que haya juicio de valor. No importa si la persona se mando mil cagadas y merece ser echada, o si la crisis lo justifica, o si se lo echa injustamente, se habla del cambio que implica para una persona ser despedido, un cambio muy grande en un montón de cosas, y es un cambio ni elegido, ni previsto. Podría ser comparado a un accidente, es algo inesperado que te cambia todas las variables.

De eso se trata, de saber que cuando la persona que llamaste por el interno a tu oficina sale de ella media hora mas tarde no va a ser la misma. Su rutina, y por qué no su vida, cambió.